miércoles, 26 de septiembre de 2007

Raquetas aparte

Luis Horna parece gozar con el sufrimiento. Sus victorias siempre están coloreadas por un tinte dramático. La gran confianza que demuestra tener en sus resultados contrasta con la enorme incertidumbre que despierta entre sus seguidores. Puede ser esa parte suya de aliancista la que ha educado su pasión deportiva en el filo de la derrota. Puede ser pero no creo. En el fondo creo que es consecuencia de lo difícil que se nos hace ganar a los peruanos.
Para Horna no es fácil ganar. No tendría por qué hacerlo. El Perú no es una potencia deportiva. Y él no es un top ten del tenis mundial. Pero basta que roce con ese nivel de elite mundial para que aparezcan las dudas de la gente. En vez de celebrar una mejoría, de festejar que estamos un peldaño más cerca de la elite mundial, dudamos, nos ponemos pesimistas.
Luis Horna e Iván Miranda acaban de meter a Perú entre los 16 mejores países del tenis mundial. Nunca habíamos logrado tal resultado. Dos veces estuvimos cerca y no pudimos. Esta vez lo logramos gracias a que Iván Miranda fue mucho más de lo que se esperaba de él. Y Luis Horna también. Y ni bien empiezan a festejar su merecido y laborioso éxito se empieza a escuchar una voz baja que irá creciendo con los días: para qué clasificamos al Grupo Mundial si igual nos van a sacar la mugre. No podemos por un ratito ubicarnos en nuestro sitio y reconocer que estos chicos, Matías Silva incluido, lograron lo que nadie antes había logrado. Qué me importa a mí lo que puedan hacer en el Grupo Mundial. Qué sé yo si no podemos ganar la Copa Davis. Ni siquiera pienso en eso. Como en el tenis, donde se juega punto a punto, la celebración debe ser partido a partido.
Sobre todo porque este resultado no se consiguió solo este fin de semana. Este resultado se ha venido labrando hace tiempo. Esta pareja de Horna – Miranda ha ganado a todos sus rivales desde hace tiempo para salir del fondo de la zona americana para llegar al Grupo Mundial. Luis Horna no tiene el talento de Jaime Yzaga, su actual capitán, ni el carisma de Pablo Arraya, no es un gran doblista como Carlos Di Laura, quizá ni siquiera tenga el perfil de tenista aguerrido de Alejo Aramburú. Pero acaba de lograr lo que ninguno de ellos ha logrado. Y lo ha logrado por mérito propio, porque cree en él más que el resto de peruanos.
Si es difícil para los peruanos ganar, lo es más aún que nos crean los propios peruanos que podemos ganar. La selección de fútbol es el caso más llamativo pero no el único. Estoy seguro que hay más confianza en el resultado de parte de los deportistas que de los aficionados.
Es difícil –sin duda– ser deportista peruano. Ninguno de los casos de triunfo más recientes ha sido consecuencia de una gran política deportiva. Se trata, en la mayoría de los casos, de esfuerzos individuales. ¿Qué le deben Sofia Mulanovich, Luis Horna o Juan Manuel Polar a sus federaciones? Nada, absolutamente nada. Se hicieron solos. Como tenemos que hacernos todos los peruanos. Y es por eso que pueden ser tomados como ejemplo por todos nosotros. Que podemos identificarnos con ellos. Somos ciudadanos de un país que dice tener un millón de oportunidades pero que no las ofrece a la población. Si los peruanos no tenemos acceso a una educación y una salud de calidad no debe sorprendernos que tampoco el deporte disponga de canales de desarrollo para los deportistas. El IPD es un auténtico fracaso y sus federaciones también. El peruano solo sabe de lozas de cemento construidas para salir del paso o, lo que es peor, para salir en la foto, de pichanguitas de barrio, de carreras contra la pobreza, de levantamientos de pesos muertos. Como en otras actividades sociales, las organizaciones no facilitan la aparición y el crecimiento de figuras deportivas.
Afortunadamente, la nueva generación de peruanos deportistas ya no cree que el Perú no puede ganar. No se conforma con los resultados de las últimas décadas. Ya no consideran una hazaña ganar. Sofía Mulanovich, Paolo Guerrero, Juan Manuel Polar y, por supuesto, Luis Horna. A ellos no les importan los fracasos continuos de este país. Ellos no piensan en el mediocre “sí se puede” que se apodera de las tribunas cada vez que tenemos un momento difícil. Ellos saben que se puede. Que ser peruanos no es un lastre. Que bien puede ser una oportunidad, pero de ninguna manera un obstáculo. Si ese no es un buen camino para seguir entonces cuál. No quiero pensar que ellos están solos. Lamentablemente estos jóvenes, esta generación de jotitas, que quieren cambios, tienen que convivir con una dirigencia que no aprende, con una prensa que no comprende y con afición que no cree. Es aquí que me pregunto si sus triunfos nos permitirán encontrar algo común, una nueva conciencia colectiva o algo que nos permita sacudirnos del pasado y generar los cambios que se requiere para que otros chicos peruanos sigan por el mismo camino.
POR: GUSTAVO BARNECHEA

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